viernes, 2 de enero de 2009

El primer viaje. Parte 2.

-¿A dónde vamos? –le pregunté poniéndome de pie.
-A una localidad no muy lejos de aquí. –Me contestó. Miró el reloj de pulsera que llevaba en la mano izquierda-, ¡uf! Ya se nos hizo tarde.
Con la mano alargada me indicó la dirección a seguir. Caminé detrás de él. Mi mente conciente comenzó de nuevo a preguntarse qué era lo que realmente estaba sucediéndome. Ya era el colmo estar en un lugar con un lenguaje distinto, más aun si contamos con que un tipo llegaba y me decía que lo siguiera. ¿Y si esto era un sueño de mal gusto y ese tal Jeremy quería algo más de mí que sólo mi compañía? ¿Y si le había parecido que era una presa fácil sólo por el simple hecho de haber estado sola sentada en una banca? Mi mente se plagó de dudas. Mejor no lo seguía, es más, no entendía porqué era que lo estaba siguiendo. Estoy loca… Y sí, lo estaba. Renuncié a la idea de ir en contra de lo que mi mente estuviera preparándome así que dejando de lado mis ya muy raras ilusiones continué siguiendo al señor. Además, me dije, si pasara algo malo tendría la única certeza de que esto sólo era un sueño y nada más que eso.
Jeremy Stanley caminaba unos pasos delante de mí, pero podía apreciar igual algo de su apariencia. Tenía el pelo rizado y de color claro. Era alto –aunque yo era muy pequeña dado mis escasos 1.60 m. y veía a todos más grandes que yo –y de hombros anchos. Caminaba a paso decidido, lo que se podía deducir a que en su vida diaria no era una persona de decisiones irrevocables, eso lo aprendí en una inútil clase de comunicación interpersonal, a la que, debo admitirlo, falté mucho. Debía tener no más de 45 años lo que se podía notar por las pequeñas arrugas en sus ojos.

Caminábamos a paso ligero por el aeropuerto de Seattle, que estaba al Oeste de los EE.UU. como Jeremy me contó después de parecer extrañado por mi pregunta, y llegamos a la salida. Eran puertas completamente de vidrio y aunque adentro era helado, cuando salimos hacia el exterior casi se me congelaron los suspiros.

Yo aprovechaba de mirar todo muy bien. No creía que Seattle fuera así en mi mundo, o sea, en la vida real, y no entendía cómo mi mente construía todo de una forma tan minuciosa y detallada. El cielo estaba nublado y el viento era horrible, fuerte, rápido y frío.

-Por acá –me condujo Jeremy.

No sé porqué le decía Jeremy. Con la educación que había recibido debería llamarlo señor o mister, en este caso, o algo así. No obstante de seguro lo llamaría así cuando le hablara directamente a la cara, en mi mente no tenía porqué hacerlo.

Nos dirigimos hacia el norte a paso ligero, lo que significaba que el viento me llegaba más fuerte. Iba encogida creyendo que si me soltaba y caminaba como si nada me congelaría en un rato. Jeremy cuando lo notó, se quitó el chaquetón que llevaba y me lo pasó.

-Gra… graciiiassss –le dije apenas con mis dientes castañeando duro.

Caminamos unos metros más y cuando yo ya no quería más guerra se detuvo frente a una camioneta blanca año ’97. Me sorprendió notar que no estaba vacía y que dentro aguardaba una chica de no más de 18 años de edad. Apenas Jeremy se hubo detenido, la chica bajó le vidrio del copiloto y lo miró furibundo.

-¿Por qué te tardaste tanto papá? –la chica era idéntica a Jeremy, los mismos cabellos y la misma tez. Jeremy le dirigió una mirada y sonrió.

-Jessica, compórtate, ¿no ves que tenemos una invitada? –él me miró con amabilidad y me presentó a su hija. –Ella es Jessica Stanley, mi hija mayor. Acaba de salir del instituto y pronto irá a California a continuar con sus estudios.

-¡Ay papá! –Lo retó ella, seguramente avergonzada de que él le hiciera tamaña introducción –te faltó decir que…

-Claro, claro –recordó Jeremy de pronto. –Ella sale con el chico más popular del pueblo.

Asentí divertida.

-Ella es la nueva profesora, Jess. La profesora Follet.

Sentí que un ladrillo me derribaba desde algún punto y una bomba atómica era lanzada a mis pies. ¿Había escuchado bien? ¿Profesora? ¿Quién…yo? Una gota de sudor hecho hielo me recorrió la columna vertebral. Cerré los ojos concentrándome en recordar que todo esto que me pasaba era una ilusión, pero era difícil, ¡con lo real que se veían las cosas! Aún así estaba aterrada, el terror se aferraba a mi piel.

-¡Ah! –la exclamación de la muchacha me sacó de mis pensamientos. -¿Así que usted enseñará español en el instituto?

Concéntrate, concéntrate, tómalo con calma, respira, recuerda: ilusión, surrealismo, imaginación, invención…Abrí los ojos y le sonreí.

-Así es.

Jeremy me abrió la puerta del asiento trasero y entré. La calefacción era buena, por lo que pronto me sentí muy cómoda y hasta soñolienta –como si esto ya no fuera sueño-. Jeremy entró también, pero una duda lo detuvo de hacer partir la camioneta.

-¿Y el equipaje? –inquirió. Creí que me preguntaba a mí, por lo que rápidamente abrí la boca para decir que no traía equipaje e inventar una excusa barata sobre la perdida o el robo de los mismos. Pero sorprendida –una vez más- noté que la pregunta no iba dirigida a mí.

-Atrás, papá. Estaba todo sumamente pesado –se quejó. Jeremy soltó un bufido.

-No te quejes, Jess. La profesora Follet se viene a vivir aquí, es obvio que traiga todas sus cosas.

-Sí, pero ¿tres maletas?

-¿Tres maletas? –preguntamos él y yo, más bien, yo grité. Jeremy me miró y yo le sonreí nerviosa.

-Contaba con que alguna se perdiera en el camino –me excusé rápidamente.

¡Maletas!
¿De dónde había sacado maletas?... Ilusión, me recordé a mi misma al borde del colapso. Sí, pero ¿hasta dónde iría esta ilusión? ¿Hasta que fuera una horrible pesadilla con muertos vivientes y personajes míticos salidos de cuentos de terror aterrando al pueblo? O hasta que fuera todo demasiado perfecto, que no tendría deseos de regresar y de pronto ¡paf! Todo real otra vez.
¡Oh cielos! ¿Qué estaba pasando? Ahora tenía un trabajo… “profesora Follet”. Me mordí el labio inferior. Profesora. Igual, no era tan, tan malo. Yo estudiaba para ser profesora, pero de ahí a “imaginarme” siéndolo, era algo muy distinto. Nadie sueña con el trabajo. Al menos nadie que sea normal. Ahí caí en la cuenta.
Yo estaba lejos de ser normal.

-Así que… -comenzó a decir Jeremy arrancando el auto y virando hacia la izquierda. Levanté la vista que tenía clavada en mis rodillas y lo miré a través del espejo retrovisor. –Este es su primer trabajo ¿no?

-Sí, -respondí. Jessica se volteó a mirarme.

-¿Cuántos años tienes?

-Veinte –ella frunció el cejo, como yo sabía que lo haría. -¿Te sorprende cierto?

-Claro, ¿no eres muy joven?

-Jessica... –le llamó la atención su padre.

-No se preocupe, señor Stanley. –Me volví hacia Jessica –esto, que haré se llama práctica, quiere decir que enseño sólo porque donde estudio es un requisito para la titulación.

-Ah, -dijo sin dejar de mirarme. –Pero, ¿no eres de aquí, verdad, de Norteamérica?

-No, ¿se nota?

-Mm, un poco, en el acento. –Yo le sonreí. –Y… ¿de dónde vienes?

-De…

-¿Podrías dejar de interrogarla Jessica?

Iba a decirle que a mí no me molestaba en lo absoluto, pero yo sabía que cuando un padre aplicaba disciplina no había que meterse. Jeremy me miró nuevamente con una sonrisa.

-Trate de descansar, llegaremos a Forks en un par de horas.

miércoles, 31 de diciembre de 2008

El primer viaje.


Me llamo Allison Follet, mi nombre es bastante raro para este
país de habla hispana, pero como mis padres son amantes de lo
extranjero me pusieron ese nombre. Como sea, vivo con mis tres
hermanas y voy a la universidad de la ciudad. Estudio para ser
profesora de inglés, ya que desde pequeña me ha apasionado
mucho este lenguaje. Me gusta escribir y tocar la guitarra.
Básicamente así soy.
Como siempre estaba sentada en un círculo lleno de mis
amigos de la Universidad que fumaban y se reían de cualquier cosa.
Estaba aburrida, como siempre. Tenía unos deseos locos de correr
a la biblioteca y leer lo que me faltaba de “Ángeles y Demonios”
que aun no terminaba, como siempre, y no lo haría, porque mis
compañeros se burlarían, como siempre.
No me quedaba más que hacer que prestar atención a la
aburrida conversación de mis amigos.
-A mi me gustaría hacer el intercambio a Australia.
-¿No será muy lejos? –preguntó Alejandra.
-No sé, -respondió Rosario –pero a mí me gustaría.
-Estás en todo tu derecho –la apoyó Giovanni –yo prefiero quedarme
aquí con mi novia.
-¡Macabeo! (que hace lo que la mujer le dice)-le gritamos todos.
-Yo me iría a Italia, allí se respira el amor.
-Uiiii –molestaron a Liliana.
-¿Y a ti? –me preguntó Ángela. Yo le sonreí y levanté los hombros.
-Estados Unidos, no sería tan malo.
Y como siempre me pasaba, me sumí en el sueño en donde
llegaba a los Estados Unidos y hacía mi práctica enseñando Español.
Y de pronto sucedió.
Sentí el olor del aeropuerto llenado mis pulmones. El frío
del lugar en mi piel y el sonido de la gente hablando inglés. Al
principio me alegré de que mis imaginaciones fueran tan reales,
ya que a veces me gustaría sentir los besos de mis amores platónicos
más reales, pero siempre se desvanecían en el momento de llegar
siquiera a sentir algo. Pero esto era diferente… y lo sabía.
Oía, olía y veía todo de forma tan real que me asusté.
-¿Chicos? –pregunté.
Unas cuantas personas se voltearon, pero rápidamente me
pasaron de alto y siguieron sus caminos. ¿Qué diablos estaba pasando?
Se supone que me estaba imaginando todo… se suponía… Pero lo cierto
era que me encontraba allí… Y allí sentí la presencia de la gravedad
por todo mi cuerpo. La amiga náusea apareció y las manos me empezaron
a sudar frío. El mundo s eme cayó encima, todo era demasiado real
para ser una ilusión mía.
Una brisa helada me atravesó entera y la carne se me puso de
gallina. ¿Qué tena que hacer? O sea, de principio tenía que volver
a la universidad, tenía clases, a demás tenía que verme con mi amiga
Fabi. Pero estaba allí y no tenía la más minima idea de donde me
encontraba.
Miré a mí alrededor para encontrar algún punto de referencia.
Pero no tenía nada. Miré hacia arriba y sentí el dolor que me carcomía
el hombro cada vez que estaba nerviosa.
Welcome to Seattle.
¿Seattle? ¿Dónde era eso? ¿Dónde rayos me encontraba? Seattle,
Seattle… me sonaba conocido pero no sabía si estaba al este u oeste de
los EE.UU. Me rasqué la cabeza confundida. Caminé hacia hasta encontrar
un banco y allí me quedé a la espera de regresar a la universidad
donde se suponía que debía estar en estos momentos. Entonces e me
ocurrió la idea. Si para venir aquí había imaginado que venía, bien
podía regresar imaginándome regresando ¿no? Cerré los ojos y esperé.
No sucedió nada.
El sonido era el mismo, el olor era el mismo y el frío igual.
Apreté los puños al momento que sentía una y otra vez los escalofríos
en mi cuerpo. Abrí un ojo imaginando que ya estaba en la universidad,
pero no alcancé siquiera a ver el departamento de humanidades pies un
señor grandote estaba parado frente a mí observándome con expresión
confundida. El hombro no paraba de dolerme y para colmo no tenía abrigo.
Mis dientes se golpeaban furiosos.
-¿Miss Follet? –me preguntó en inglés.
-¿Yes? –respondí. No por nada hablaba inglés los siete días de la
semana en clases.
-Por fin la encuentro.
¿A mí? ¿Por qué ese hombre andaría buscándome en ése lugar
dado que era una ilusión? El hombre me sonreía, pero yo no podía.
Frunció las cejas al cabo de un rato al ver la expresión de perplejidad
de mi rostro.
-¿Se encuentra bien?
Asentí apenas. ¿Qué si estaba bien? ¡Hombre por Dios no!
¿No se supone que la imaginación y los sueños deben quedarse donde
son creados? Pero parece que mi mente no era muy normal que digamos,
y mi situación lo comprobaba. Abrí la boca para decir algo. Cualquier
cosa. Como por ejemplo preguntra quién era él. O que hacía hablándome
si jamás lo había visto en mi vida. Pero como siempre cerré la boca.
Cuando yo no debía hablar, lo hacía. Pero cuando, como en esos momentos,
mis palabras debía salir, yo no emitía sonido alguno.
-¿Está bien Miss Follet?
Por toda respuesta lo miré extrañada. Él hizo una mueca.
-¿Quién es usted?
-Stanley, Jeremy Stanley. Tengo que llevarla a…
-¿Lo conozco? ¿Lo he visto antes? –le interrumpí. Sin importarme si
era mala educación o no.
-No. Creo que no, pero debemos irnos a…
-¿Entonces por qué me dirige la palabra?
-Señorita creo que aquí hay una confusión.
-Completamente de acuerdo.
-Yo debería venir a buscar a Allison Follet al aeropuerto.
¿Es usted o no?
Tragué saliva. El hombro me mandó una punzada que me hizo
estremecer. Me lo masajeé mientras el señor seguía esperando mi
respuesta.
-Sí, lo soy.
El hombre suspiró aliviado.
-Entonces ¿podría acompañarme por favor?
Sacudí la cabeza para reflexionar y que mis ideas salieran
por algún lado. Ya estaba aquí: imaginariamente. No tenía adonde ir: imaginariamente. Estaba sola: imaginariamente. El tipo sabía quién
era yo: imaginariamente.
¿Tendría salida?
Con tristeza me di cuenta de que no. Volvería en el momento
oportuno, o cuando fuera demasiado bueno.
Me estremecí.
¿Y si no era bueno? ¿Y si era una pesadilla? ¿Y si había algún
monstruo por allí por allí con ansias de matarme? Suspiré rendida.
Ya no había vuelta atrás, y por el momento tendría que vivit lo que
estaba ocurriendo. Lo quisiera o no.

Prólogo


Prólogo.
Yo siempre soñaba despierta. Me quedaba mirando el vacío,
viviendo situaciones irreales y llenas de emoción, pero nunca me
había quedado pegada en uno solo. Y lo que ese día me pasó fue
algo que de recordarlo me da escalofríos, porque una simple
imaginación me cambió la vida.

jueves, 27 de noviembre de 2008

Búsqueda.

Búsqueda.

- ¿Crees que debo decirle?
- De todas maneras cuñadita…
Alfonso abrazó a Constanza y la llevó a la ventana.
-Es injusto Alfonso, ¿por qué tengo que decírselo yo
Él puede venir y decírmelo… no quiero…
- Ay Conita… sabes que él te lo ha demostrado de todas las formas,
es tu turno ahora.
Constanza miró recelosa a su cuñado y se alejó de él.
- No digas mentiras Poncho, él jamás me lo ha demostrado.
Ella se cruzó de brazos y volvió al living.
- ¿Qué no te lo ha demostrado?
- No. – dijo Constanza obstinada. Vio la cara de reproche de Alfonso y
se mordió el labio. -¿Sí lo hizo?
- Ajá – sonrió satisfecho Alonso.
Constanza bajó la cara. Sí, Max si se le había demostrado, y de
todas las maneras posibles, pero ella no quería aceptarlo.
Se acordaba de cuando Max le escribió en una servilleta un mensaje
“… palabras por miradas…” y ella lo había entendido muy bien pero se
hizo la lesa. Otro día le preguntó si atendía a las señales corporales
y ella se había burlado de él en su cara. Se daba cuenta de que sólo
a ella le preguntaba cómo se veía, si olía bien o si el accesorio que
llevaba era el adecuado.
Cada vez que iba pensando en aquella demostraciones le venía como
un nudo en la guata, qué tonta he sido, se dijo. Miró a su cuñado y
lo pilló sonriendo abiertamente.
-¿Qué es lo que estás planeando Alfonso?... – le preguntó un poco
enojada, de repente una idea se le pasó por la mente, le dio un
escalofrío - no... No me digas que te pusiste de acuerdo con Máx para
que me dieras esta linda charla sobre "cómo enseñarle a mi cuñada
declaraciones válidas de amor"...
- Máx tiene razón al decir que eres sumamente paranoica Conita...
– Alonso se acercó a ella -aunque la verdad es que sí, Máx se
estaba hartando de que le dieras calabazas y él tomo la resolución
de presionarte ¿Cómo la ves?
Constanza reprimió las ganas que tenía de ahorcar a su cuñado
pero pensó en lo que él le estaba diciendo entre líneas... Max
tomó la resolución de presionarte... Le gusto, pensó. Y al momento
una sonrisa se le dibujó en el rostro. No me estoy pasando
películas ni nada por el estilo, le gusto... ¡Por Dios santo le gusto!
- ¿Te pasa algo Conita?- preguntó un poco preocupado Alfonso- te ves rara...
- Estoy bien.- se apresuró a decirle.
Y sin decir más tomó su bolso y corrió en busca de
Maximiliano.
- Grande Poncho.- se dijo Alfonso tirándose de espaldas al sofá.

Constanza caminó en silencio pensando detenidamente las
palabras que tendrían que saliera de su boca al encontrarse con
Max, pero nada se le venía a la mente. Tengo que hacerlo, se ordenó.
Sino, lo pierdo, y jamás me lo perdonaría. Llevo demasiado tiempo
siendo una cobarde... me he aburrido. Al momento se le paralizó
el corazón. Ahí estaba Max, como siempre leyendo bajo el árbol
de la plaza. Constanza se detuvo y respiró profundo. Ahora o
nunca. Y avanzó con paso decidido hacia donde él se encontraba.
Cuando estuvo lo suficientemente cerca de él, sintió un
súbito pánico que le recorría cada vena de su cuerpo. No puedo.
Pero ya era tarde, Max había despegado la vista del libro en el
estaba inmerso y la observaba fijamente.
- Hola Max. - dijo ella tratando de parecer normal, lo que
difícilmente estaba haciendo.
- Hola Constanza. - le respondió él. Max era la única persona que
conocía que la llamaba por su nombre. Todos le llamaban Coni,
Conita, Cota, Cara de Manzana, etc., pero él no. Así había marcado
la diferencia para que ella irremediablemente se fijara en él y
sintiera un inexplicable magnetismo hacia ese muchacho de los
ojos color miel.
- Hace calor ¿no? - dijo ella sintiéndose una bruta en potencia.
- Para nada, más bien tengo un poco de frío.
- Aún así estás aquí a la sombra de este "árbol".
Constanza odiaba aquel árbol. Desde pequeña estaba
obligada a subirse a él para poder salvarse de aquel perro
odioso de su vecino, el Calvo Miranda. Gracias a Dios,
su mamá la pilló un día recurriendo a ese tipo de escape no
recomendado y le ordenó al Calvo que mantuviera al perro
alejado de la niña, sino se las vería con ella. Y nadie quería
vérselas con su mamá desde el día en que amarró de la cintura al
ladrón que le sacaba las rosas para venderlas en la feria a un
poste en pleno verano del '95. El pobre cogió una insolación que
lo mantuvo en cama por más de una semana.
- Te ves agitada Constanza, ¿te pasa algo? – Constanza lo miró y
le subió una rabia que no pudo ocultar. ¿Por qué él le preguntaba
si le pasaba algo? ¡Él lo sabía muy bien!

- Nada Máx, es sólo que tenía que decirte algo. – Y el corazón se
le puso a latir como loco, no importaba si él lo había planeado,
tenía que ser ahora.
- Dime. – las palabras que dijo Constanza fueron dichas sin intención
pero causaron una muy mala impresión en él.
- Me carga que andes por ahí planeando porquerías con el idiota de mi
cuñado, si tienes algo que decirme sé bien machito y dímelas a la
cara. No te escudes en él.
Máx se levantó cerrando el libro y se puso cara a cara con
Constanza. Ella tembló de repente pero le sostuvo aquella mirada
penetrante con la cuál él le miraba.
- Yo no me escudo en nadie, Constanza, en nadie, que eso te quede bien
claro. Yo siempre te dije las cosas bien en claro, tú fuiste la que
jamás entendió nada. No me eches la culpa.
- No… no te estoy echando la culpa, Maximiliano, pero eres tan difícil…
- él se echó a reír indignado.
- ¿Yo difícil?, espera creo que no te oí bien… ¿yo soy el difícil?
Ah no Constanza, estás muy equivocada, yo nada que ver. O sea,
por favor… Vamos Coni, - ella sintió el nombre en lo más profundo
de su ser – te creía más inteligente, veo que me equivoqué.
- No te burles ¿OK?
- De burla nada querida, pero oye mírate, perdona que te lo diga
pero eres patética.
- Cállate. – Constanza lo miró con rabia y unas ganas de llorar
le invadieron. – Me voy, no vale la pena seguir hablando contigo,
para que se burlen de mí me basta con Alonso.
Dicho esto se dio la media vuelta y comenzó a caminar en
dirección a su casa, donde seguramente su cuñado se burlaría de
ella por lo tonta que había sido. Pero ¿qué más podía hacer? Máx
se había burlado de ella de forma descarada y eso ni a su mamá se
lo había permitido.
Caminó unos metros y sintió cómo Máx corría y la alcanzaba.
Ella trató de hacer esfuerzos para mantenerse tranquila pero eran
imposibles, ella sólo quería que él estuviera a su lado. Cuando él
estuvo lo suficientemente cerca de ella, paró y esperó a que él le
hablara lo que no sucedió.
- ¿Qué esperas? – le preguntó ella sin mirarlo.
- ¿No me vas a decir nada? – en el tono de voz de Máx había como
un dejo de decepción. Constanza suspiró, era su turno pero no podía
hacerlo. Levantó la vista y lo vio tan guapo, tan bello que su
corazón comenzó de pronto a latir demasiado rápido y ella se sintió
mal. - ¿Te sucede algo?
- Eres tú. – Constanza se apoyó en un banco que había cerca de ahí.
- ¿Yo qué?
- Que te digo que por tí es que a veces me siento tan mal… ni te lo
imaginas. – notó que él se acercaba a ella y la tomaba por los brazos.
- Repite lo que acabas de decir. – Constanza lo miró y sus ojos se le
llenaron de lágrimas. – Repíteme Constanza, ¿Qué yo te hago qué?
- Suéltame Máx…
- ¿Por qué no eres capaz de decirme qué es lo que realmente
te pasa conmigo?, te escapas, huyes… ¿a qué le temes Constanza? – Máx
no la podía soltar hasta que ella le dijera qué le pasaba.
- Máx tú no sabes… - trató de hablar ella.
- Yo si sé, Constanza, sé muy bien.
Ella bajó la mirada y la clavó en el piso. Tenía que decirle las
cosas
que sentía, pero algo en su interior se lo impedía.
- ¿Por qué, Máx, por qué las cosas de aquí, del corazón,
son tan difíciles? ¿Por qué duelen, cómo lo están haciendo ahora
conmigo? Me cuesta, ¿entiendes? Me cuesta decirte que me encanta que
estés conmigo, que me mires así, me encanta importarte de esta manera
pero me duele algo adentro y por eso me siento así como estoy… no entiendo
qué sucede…
- Yo sí Constanza. – ella volvió a mirarlo y vio como sonreía.
- No es gracioso Máx. – dijo un poco ofendida.
- No claro que no lo es. – él la soltó pero ella no se alejó
de él y se quedaron muy cerca el uno del otro. – Tienes miedo, linda, miedo.
- ¿Miedo? ¿Me estás diciendo cobarde? Por que si es así te digo al
tiro que estás muy equi—
- Calma, calma Constanza, tienes miedo y eso es normal.
- ¿Normal?
- Claro, yo también tengo miedo pero lo que siento por tí es más
fuerte que eso.
Constanza sonrió. Él siempre era así tan poético. Eso de repente
le molestaba pero ahora fue como bálsamo para ella. Lo abrazó y se
quedaron así durante un largo rato.



- ¿Así que ahora están juntos eh?
- Se podría decir que sí…
- Pero porqué, si se quieren… ah ya me acuerdo, tienes miedo…
- ¡Alonso, cómo eres! ¿Él te lo contó?
- Algo así… tengo mis fuentes…
- Mi hermana, una sapa…
- Qué bueno que ahora Ester mejor que antes ¿no cree?
- Claro que sí, Poncho. Claro que sí.








Fin

miércoles, 26 de noviembre de 2008

05. Febrero. 2008

Y se dejó llevar…

De pronto Él se sentó a su lado interrumpiendo lo que ella estaba haciendo.

-¿Te molesto? – Preguntó Él mirándola directamente a los ojos, Ella no le desvió la mirada.

- No, para nada. Estaba…

- Ya sé, pensando. Imaginando realidades inexistentes ¿no? Siempre lo haces. – Ella lo miró sorprendida. En su vida hubiera creído que Él supiera algo de Ella.

- Claro, es una forma para que yo pueda alejarme de la realidad que me rodea…

- ¿De qué huyes?

- ¿Huir? No, de nada en particular…

- Entonces ¿cómo es que te alejas de la realidad?

- Sólo me alejo de ella, nada más.

- ¿Y cuál es tú realidad?

Ella lo observó. En sus pensamientos sólo estaba la idea de alejarse de Él lo más rápido posible, ya los demás estaban empezando a notar que ellos estaban juntos y Ella no quería que hablaran. Se levantó.

- Voy a tomar aire. Nos vemos. – Ella salió por la puerta grande de la derecha y salió al patio, pero al dar media vuelta vio que Él salía por la puerta chica del fondo para ir a buscarla. No le quedaba otra que enfrentarlo, ya llevaba demasiado tiempo evitándolo, tenía que enfrentarlo. Se sentó y comenzó a mirar las estrellas esperándolo a Él.

- Así que yo soy tu realidad ¿no? – Él se quedó de pie frente a Ella esperando una respuesta. Ella bajó la vista del firmamento y clavó sus ojos en los de Él.

- A veces pienso que es mejor quedarse callada cuando una no tiene nada que decir.

- Pero ese no es tu caso ¿o me equivoco? El problema es que tú tienes demasiadas cosas que decir, pero no puedes. Te da miedo.

Ambos se miraban directamente a los ojos y ninguno denotaba alguna expresión.

- ¿Me estás diciendo cobarde? – Preguntó Ella en un tono de voz que notaba indignación. Jamás la habían llamado cobarde. Pero en el fondo, muy en el fondo, Ella sabía que lo era.

- Sí. – Dijo Él firme. No iba a darle tregua. Ella llevaba demasiado tiempo evitándolo, tenía que saber el porqué.

- Pues para que lo sepas, no soy una cobarde. – Le respondió Ella con convicción. Sabía muy bien que podía controlar sus sentimientos y que ninguna vez éstos le habían fallado y no lo iban a hacer ahora. Ahora menos que nunca… ¿cierto?

- Demuéstralo entonces. – La desafió.

- ¿A ver? ¿Cómo?

- Dime lo que todos andan diciendo, el porqué de que ya no nos hablamos como antes y tú te vas apenas llegas a mi lado. Pero dímelo mirándome a los ojos.

Ella levantó una ceja sin dejar de mirarlo. Por fuera estaba tranquila, pero por dentro un fuego le carcomía el pecho, un fuego que no se apagaba y que le estaba quemando el corazón.

- No ha y ninguna razón para que tú y yo ya no hablemos, no se había dado el momento, eso es todo. Y lo que todos andan diciendo por ahí es una vulgar mentira, a mi me resbala todo chisme. Con tal de que tú y yo sepamos que entre nosotros no hay nada, todo para mí está OK. ¿Está claro?

- ¿Lo sabemos? – preguntó Él, dispuesto a no terminar la conversación hasta saber el porqué de ese absurdo alejamiento.

Ella vaciló y Él lo notó, pero rápidamente Ella adoptó la actitud fría de siempre.

- ¿Sabemos qué?

- ¿Realmente sabemos qué hay entre tú y yo?

- ¿Hay? No. Había.

- Y eso es lo que necesito saber, ¿por qué ya no hay nada entre nosotros, ni siquiera aquella amistad que teníamos?

- Cambié, eso es todo. – dijo Ella levantando los hombros.

- No me mientas. – Le respondió Él. Ya estaba perdiendo la paciencia.

- No lo hago.

- Cobarde.

- Cállate. ¿Qué sabes tú lo que pasa por mi mente?

- Sé, por ejemplo, que me miras cada vez que estoy hablando con otra, que no te vas de las reuniones hasta que lo hago yo, que tratas de pasar por mi lado para que note tu presencia, porque tú me amas, ¿no es así?

Ella tragó saliva.

- ¿Có… cómo se te ocu…ocurre algo a… así? – las palabras apenas salían de su boca. “Cálmate” se repetía una y otra vez, no podía echarse al agua, menos ahora… no ahora que casi había logrado encerrar esos sentimientos que empezaron a surgirle hace meses, aquellos sentimientos que la hicieron alejarse de Él, de esos sentimientos que sólo le habían causado daño. Tenía que ponerles el candado ahora. Respiró hondo. – Jamás vuelvas a repetir algo así, ¿de acuerdo?

- ¿Por qué no? ¿Te da miedo lo que sientes por mí?

Ella se puso de pie y quedaron cara a cara. De atrás se oyeron murmullos y algunos curiosos salieron a mirar para volver a entrar y contar lo que acababan de ver. “Intrusos” pensó Ella. “Chismosos” pensó Él.

- Mira. Vamos a dejarlo así. Tú no quieres que hablen de ti ni yo de mí. Así que…

- Jamás, ¿me escuchaste? Jamás vuelvas a poner palabras en mi boca.

- ¿¡Es que no entiendes!? – Le susurró Ella - ¡¡No puedo!!

- ¿No puedes qué?

Ella apretó los labios. No podía salir nada de su boca o todo se echaría a perder. El corazón le latía muy rápido y en sus ojos aparecieron algunas gotas de cristalinas lágrimas. Bajó la cabeza esperando a que Él se aburriera y la dejara en paz, pero Él no se movía.

- A mí me da igual lo que digan los demás. A mi me importa lo que yo cera. Nada más. – Le dijo Él.

- ¿Y qué es lo que crees? – Le preguntó Ella sin levantar la vista

- Creo que te amo…

Ella subió la cara y Él notó cómo lloraba.

- No digas eso… tú no sientes eso, a lo mejor te confundiste y crees que me amas, pero yo estoy segura de que no es así, tú deberías hacer lo mismo que yo y…

- ¿Y arrancarme? – La interrumpió. – No, jamás lo haría. No podría.

Ella lo miró fijamente. ¿Cómo podía ser tan valiente? ¿Cómo se arriesgaba así, por ella? Ella negó con la cabeza.

- Hablemos otro día, ahora no… - Ella intentó irse, pero Él la tomó por los hombros.

- Tú no te mueves de aquí hasta que me digas la verdad.

- Déjame por favor… - Le suplicó Ella.

- ¿No ves que no puedo?

- Sí. Ambos podemos… yo lo he estado haciendo y…

- ¿Y estás cómo estás no? – Él negó con la cabeza. – Ahora me vas a decir la verdad.

- ¡No hay verdad! ¡Entiende de una vez por todas! – Ella bruscamente se soltó de Él y se alejó.

- ¡Te amo! – Le gritó Él. Ella se detuvo en seco. Su corazón la presionaba para gritarle a Él todo, pero no podía, no debía hacerlo…

- No me hagas esto por favor… - le dijo Ella volviendo su cara hacia Él.

- Tú no nos hagas esto a nosotros. – Le dijo Él acercándose nuevamente hacia Ella.

- ¿¡Qué no entiendes que no existe un nosotros!? – Él se acercó tanto a Ella que ambos pudieron notar una agitada respiración. Ella bajó la vista.

- Mírame y dime que te deje en paz – le susurró Él.

- Sabes muy bien que no puedo… - le respondió Ella y volvió a mirarlo. Entonces Él se atrevió y la besó.

- No… - dijo Ella tratando de soltarse. Pero ya no podía pelear más con su corazón, así que simplemente se dejó llevar…

Fin.

Belén Farfán.

A aquel que estoy segura me quiere, pero aún no se da cuenta.