-A una localidad no muy lejos de aquí. –Me contestó. Miró el reloj de pulsera que llevaba en la mano izquierda-, ¡uf! Ya se nos hizo tarde.
Jeremy Stanley caminaba unos pasos delante de mí, pero podía apreciar igual algo de su apariencia. Tenía el pelo rizado y de color claro. Era alto –aunque yo era muy pequeña dado mis escasos
Caminábamos a paso ligero por el aeropuerto de Seattle, que estaba al Oeste de los EE.UU. como Jeremy me contó después de parecer extrañado por mi pregunta, y llegamos a la salida. Eran puertas completamente de vidrio y aunque adentro era helado, cuando salimos hacia el exterior casi se me congelaron los suspiros.
Yo aprovechaba de mirar todo muy bien. No creía que Seattle fuera así en mi mundo, o sea, en la vida real, y no entendía cómo mi mente construía todo de una forma tan minuciosa y detallada. El cielo estaba nublado y el viento era horrible, fuerte, rápido y frío.
-Por acá –me condujo Jeremy.
No sé porqué le decía Jeremy. Con la educación que había recibido debería llamarlo señor o mister, en este caso, o algo así. No obstante de seguro lo llamaría así cuando le hablara directamente a la cara, en mi mente no tenía porqué hacerlo.
Nos dirigimos hacia el norte a paso ligero, lo que significaba que el viento me llegaba más fuerte. Iba encogida creyendo que si me soltaba y caminaba como si nada me congelaría en un rato. Jeremy cuando lo notó, se quitó el chaquetón que llevaba y me lo pasó.
-Gra… graciiiassss –le dije apenas con mis dientes castañeando duro.
Caminamos unos metros más y cuando yo ya no quería más guerra se detuvo frente a una camioneta blanca año ’97. Me sorprendió notar que no estaba vacía y que dentro aguardaba una chica de no más de 18 años de edad. Apenas Jeremy se hubo detenido, la chica bajó le vidrio del copiloto y lo miró furibundo.
-¿Por qué te tardaste tanto papá? –la chica era idéntica a Jeremy, los mismos cabellos y la misma tez. Jeremy le dirigió una mirada y sonrió.
-Jessica, compórtate, ¿no ves que tenemos una invitada? –él me miró con amabilidad y me presentó a su hija. –Ella es Jessica Stanley, mi hija mayor. Acaba de salir del instituto y pronto irá a California a continuar con sus estudios.
-¡Ay papá! –Lo retó ella, seguramente avergonzada de que él le hiciera tamaña introducción –te faltó decir que…
-Claro, claro –recordó Jeremy de pronto. –Ella sale con el chico más popular del pueblo.
Asentí divertida.
-Ella es la nueva profesora, Jess. La profesora Follet.
Sentí que un ladrillo me derribaba desde algún punto y una bomba atómica era lanzada a mis pies. ¿Había escuchado bien? ¿Profesora? ¿Quién…yo? Una gota de sudor hecho hielo me recorrió la columna vertebral. Cerré los ojos concentrándome en recordar que todo esto que me pasaba era una ilusión, pero era difícil, ¡con lo real que se veían las cosas! Aún así estaba aterrada, el terror se aferraba a mi piel.
-¡Ah! –la exclamación de la muchacha me sacó de mis pensamientos. -¿Así que usted enseñará español en el instituto?
Concéntrate, concéntrate, tómalo con calma, respira, recuerda: ilusión, surrealismo, imaginación, invención…Abrí los ojos y le sonreí.
-Así es.
Jeremy me abrió la puerta del asiento trasero y entré. La calefacción era buena, por lo que pronto me sentí muy cómoda y hasta soñolienta –como si esto ya no fuera sueño-. Jeremy entró también, pero una duda lo detuvo de hacer partir la camioneta.
-¿Y el equipaje? –inquirió. Creí que me preguntaba a mí, por lo que rápidamente abrí la boca para decir que no traía equipaje e inventar una excusa barata sobre la perdida o el robo de los mismos. Pero sorprendida –una vez más- noté que la pregunta no iba dirigida a mí.
-Atrás, papá. Estaba todo sumamente pesado –se quejó. Jeremy soltó un bufido.
-No te quejes, Jess. La profesora Follet se viene a vivir aquí, es obvio que traiga todas sus cosas.
-Sí, pero ¿tres maletas?
-¿Tres maletas? –preguntamos él y yo, más bien, yo grité. Jeremy me miró y yo le sonreí nerviosa.
-Contaba con que alguna se perdiera en el camino –me excusé rápidamente.
¡Maletas! ¿De dónde había sacado maletas?... Ilusión, me recordé a mi misma al borde del colapso. Sí, pero ¿hasta dónde iría esta ilusión? ¿Hasta que fuera una horrible pesadilla con muertos vivientes y personajes míticos salidos de cuentos de terror aterrando al pueblo? O hasta que fuera todo demasiado perfecto, que no tendría deseos de regresar y de pronto ¡paf! Todo real otra vez.
¡Oh cielos! ¿Qué estaba pasando? Ahora tenía un trabajo… “profesora Follet”. Me mordí el labio inferior. Profesora. Igual, no era tan, tan malo. Yo estudiaba para ser profesora, pero de ahí a “imaginarme” siéndolo, era algo muy distinto. Nadie sueña con el trabajo. Al menos nadie que sea normal. Ahí caí en la cuenta.
Yo estaba lejos de ser normal.
-Así que… -comenzó a decir Jeremy arrancando el auto y virando hacia la izquierda. Levanté la vista que tenía clavada en mis rodillas y lo miré a través del espejo retrovisor. –Este es su primer trabajo ¿no?
-Sí, -respondí. Jessica se volteó a mirarme.
-¿Cuántos años tienes?
-Veinte –ella frunció el cejo, como yo sabía que lo haría. -¿Te sorprende cierto?
-Claro, ¿no eres muy joven?
-Jessica... –le llamó la atención su padre.
-No se preocupe, señor Stanley. –Me volví hacia Jessica –esto, que haré se llama práctica, quiere decir que enseño sólo porque donde estudio es un requisito para la titulación.
-Ah, -dijo sin dejar de mirarme. –Pero, ¿no eres de aquí, verdad, de Norteamérica?
-No, ¿se nota?
-Mm, un poco, en el acento. –Yo le sonreí. –Y… ¿de dónde vienes?
-De…
-¿Podrías dejar de interrogarla Jessica?
Iba a decirle que a mí no me molestaba en lo absoluto, pero yo sabía que cuando un padre aplicaba disciplina no había que meterse. Jeremy me miró nuevamente con una sonrisa.
-Trate de descansar, llegaremos a Forks en un par de horas.
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