viernes, 2 de enero de 2009

El primer viaje. Parte 2.

-¿A dónde vamos? –le pregunté poniéndome de pie.
-A una localidad no muy lejos de aquí. –Me contestó. Miró el reloj de pulsera que llevaba en la mano izquierda-, ¡uf! Ya se nos hizo tarde.
Con la mano alargada me indicó la dirección a seguir. Caminé detrás de él. Mi mente conciente comenzó de nuevo a preguntarse qué era lo que realmente estaba sucediéndome. Ya era el colmo estar en un lugar con un lenguaje distinto, más aun si contamos con que un tipo llegaba y me decía que lo siguiera. ¿Y si esto era un sueño de mal gusto y ese tal Jeremy quería algo más de mí que sólo mi compañía? ¿Y si le había parecido que era una presa fácil sólo por el simple hecho de haber estado sola sentada en una banca? Mi mente se plagó de dudas. Mejor no lo seguía, es más, no entendía porqué era que lo estaba siguiendo. Estoy loca… Y sí, lo estaba. Renuncié a la idea de ir en contra de lo que mi mente estuviera preparándome así que dejando de lado mis ya muy raras ilusiones continué siguiendo al señor. Además, me dije, si pasara algo malo tendría la única certeza de que esto sólo era un sueño y nada más que eso.
Jeremy Stanley caminaba unos pasos delante de mí, pero podía apreciar igual algo de su apariencia. Tenía el pelo rizado y de color claro. Era alto –aunque yo era muy pequeña dado mis escasos 1.60 m. y veía a todos más grandes que yo –y de hombros anchos. Caminaba a paso decidido, lo que se podía deducir a que en su vida diaria no era una persona de decisiones irrevocables, eso lo aprendí en una inútil clase de comunicación interpersonal, a la que, debo admitirlo, falté mucho. Debía tener no más de 45 años lo que se podía notar por las pequeñas arrugas en sus ojos.

Caminábamos a paso ligero por el aeropuerto de Seattle, que estaba al Oeste de los EE.UU. como Jeremy me contó después de parecer extrañado por mi pregunta, y llegamos a la salida. Eran puertas completamente de vidrio y aunque adentro era helado, cuando salimos hacia el exterior casi se me congelaron los suspiros.

Yo aprovechaba de mirar todo muy bien. No creía que Seattle fuera así en mi mundo, o sea, en la vida real, y no entendía cómo mi mente construía todo de una forma tan minuciosa y detallada. El cielo estaba nublado y el viento era horrible, fuerte, rápido y frío.

-Por acá –me condujo Jeremy.

No sé porqué le decía Jeremy. Con la educación que había recibido debería llamarlo señor o mister, en este caso, o algo así. No obstante de seguro lo llamaría así cuando le hablara directamente a la cara, en mi mente no tenía porqué hacerlo.

Nos dirigimos hacia el norte a paso ligero, lo que significaba que el viento me llegaba más fuerte. Iba encogida creyendo que si me soltaba y caminaba como si nada me congelaría en un rato. Jeremy cuando lo notó, se quitó el chaquetón que llevaba y me lo pasó.

-Gra… graciiiassss –le dije apenas con mis dientes castañeando duro.

Caminamos unos metros más y cuando yo ya no quería más guerra se detuvo frente a una camioneta blanca año ’97. Me sorprendió notar que no estaba vacía y que dentro aguardaba una chica de no más de 18 años de edad. Apenas Jeremy se hubo detenido, la chica bajó le vidrio del copiloto y lo miró furibundo.

-¿Por qué te tardaste tanto papá? –la chica era idéntica a Jeremy, los mismos cabellos y la misma tez. Jeremy le dirigió una mirada y sonrió.

-Jessica, compórtate, ¿no ves que tenemos una invitada? –él me miró con amabilidad y me presentó a su hija. –Ella es Jessica Stanley, mi hija mayor. Acaba de salir del instituto y pronto irá a California a continuar con sus estudios.

-¡Ay papá! –Lo retó ella, seguramente avergonzada de que él le hiciera tamaña introducción –te faltó decir que…

-Claro, claro –recordó Jeremy de pronto. –Ella sale con el chico más popular del pueblo.

Asentí divertida.

-Ella es la nueva profesora, Jess. La profesora Follet.

Sentí que un ladrillo me derribaba desde algún punto y una bomba atómica era lanzada a mis pies. ¿Había escuchado bien? ¿Profesora? ¿Quién…yo? Una gota de sudor hecho hielo me recorrió la columna vertebral. Cerré los ojos concentrándome en recordar que todo esto que me pasaba era una ilusión, pero era difícil, ¡con lo real que se veían las cosas! Aún así estaba aterrada, el terror se aferraba a mi piel.

-¡Ah! –la exclamación de la muchacha me sacó de mis pensamientos. -¿Así que usted enseñará español en el instituto?

Concéntrate, concéntrate, tómalo con calma, respira, recuerda: ilusión, surrealismo, imaginación, invención…Abrí los ojos y le sonreí.

-Así es.

Jeremy me abrió la puerta del asiento trasero y entré. La calefacción era buena, por lo que pronto me sentí muy cómoda y hasta soñolienta –como si esto ya no fuera sueño-. Jeremy entró también, pero una duda lo detuvo de hacer partir la camioneta.

-¿Y el equipaje? –inquirió. Creí que me preguntaba a mí, por lo que rápidamente abrí la boca para decir que no traía equipaje e inventar una excusa barata sobre la perdida o el robo de los mismos. Pero sorprendida –una vez más- noté que la pregunta no iba dirigida a mí.

-Atrás, papá. Estaba todo sumamente pesado –se quejó. Jeremy soltó un bufido.

-No te quejes, Jess. La profesora Follet se viene a vivir aquí, es obvio que traiga todas sus cosas.

-Sí, pero ¿tres maletas?

-¿Tres maletas? –preguntamos él y yo, más bien, yo grité. Jeremy me miró y yo le sonreí nerviosa.

-Contaba con que alguna se perdiera en el camino –me excusé rápidamente.

¡Maletas!
¿De dónde había sacado maletas?... Ilusión, me recordé a mi misma al borde del colapso. Sí, pero ¿hasta dónde iría esta ilusión? ¿Hasta que fuera una horrible pesadilla con muertos vivientes y personajes míticos salidos de cuentos de terror aterrando al pueblo? O hasta que fuera todo demasiado perfecto, que no tendría deseos de regresar y de pronto ¡paf! Todo real otra vez.
¡Oh cielos! ¿Qué estaba pasando? Ahora tenía un trabajo… “profesora Follet”. Me mordí el labio inferior. Profesora. Igual, no era tan, tan malo. Yo estudiaba para ser profesora, pero de ahí a “imaginarme” siéndolo, era algo muy distinto. Nadie sueña con el trabajo. Al menos nadie que sea normal. Ahí caí en la cuenta.
Yo estaba lejos de ser normal.

-Así que… -comenzó a decir Jeremy arrancando el auto y virando hacia la izquierda. Levanté la vista que tenía clavada en mis rodillas y lo miré a través del espejo retrovisor. –Este es su primer trabajo ¿no?

-Sí, -respondí. Jessica se volteó a mirarme.

-¿Cuántos años tienes?

-Veinte –ella frunció el cejo, como yo sabía que lo haría. -¿Te sorprende cierto?

-Claro, ¿no eres muy joven?

-Jessica... –le llamó la atención su padre.

-No se preocupe, señor Stanley. –Me volví hacia Jessica –esto, que haré se llama práctica, quiere decir que enseño sólo porque donde estudio es un requisito para la titulación.

-Ah, -dijo sin dejar de mirarme. –Pero, ¿no eres de aquí, verdad, de Norteamérica?

-No, ¿se nota?

-Mm, un poco, en el acento. –Yo le sonreí. –Y… ¿de dónde vienes?

-De…

-¿Podrías dejar de interrogarla Jessica?

Iba a decirle que a mí no me molestaba en lo absoluto, pero yo sabía que cuando un padre aplicaba disciplina no había que meterse. Jeremy me miró nuevamente con una sonrisa.

-Trate de descansar, llegaremos a Forks en un par de horas.

miércoles, 31 de diciembre de 2008

El primer viaje.


Me llamo Allison Follet, mi nombre es bastante raro para este
país de habla hispana, pero como mis padres son amantes de lo
extranjero me pusieron ese nombre. Como sea, vivo con mis tres
hermanas y voy a la universidad de la ciudad. Estudio para ser
profesora de inglés, ya que desde pequeña me ha apasionado
mucho este lenguaje. Me gusta escribir y tocar la guitarra.
Básicamente así soy.
Como siempre estaba sentada en un círculo lleno de mis
amigos de la Universidad que fumaban y se reían de cualquier cosa.
Estaba aburrida, como siempre. Tenía unos deseos locos de correr
a la biblioteca y leer lo que me faltaba de “Ángeles y Demonios”
que aun no terminaba, como siempre, y no lo haría, porque mis
compañeros se burlarían, como siempre.
No me quedaba más que hacer que prestar atención a la
aburrida conversación de mis amigos.
-A mi me gustaría hacer el intercambio a Australia.
-¿No será muy lejos? –preguntó Alejandra.
-No sé, -respondió Rosario –pero a mí me gustaría.
-Estás en todo tu derecho –la apoyó Giovanni –yo prefiero quedarme
aquí con mi novia.
-¡Macabeo! (que hace lo que la mujer le dice)-le gritamos todos.
-Yo me iría a Italia, allí se respira el amor.
-Uiiii –molestaron a Liliana.
-¿Y a ti? –me preguntó Ángela. Yo le sonreí y levanté los hombros.
-Estados Unidos, no sería tan malo.
Y como siempre me pasaba, me sumí en el sueño en donde
llegaba a los Estados Unidos y hacía mi práctica enseñando Español.
Y de pronto sucedió.
Sentí el olor del aeropuerto llenado mis pulmones. El frío
del lugar en mi piel y el sonido de la gente hablando inglés. Al
principio me alegré de que mis imaginaciones fueran tan reales,
ya que a veces me gustaría sentir los besos de mis amores platónicos
más reales, pero siempre se desvanecían en el momento de llegar
siquiera a sentir algo. Pero esto era diferente… y lo sabía.
Oía, olía y veía todo de forma tan real que me asusté.
-¿Chicos? –pregunté.
Unas cuantas personas se voltearon, pero rápidamente me
pasaron de alto y siguieron sus caminos. ¿Qué diablos estaba pasando?
Se supone que me estaba imaginando todo… se suponía… Pero lo cierto
era que me encontraba allí… Y allí sentí la presencia de la gravedad
por todo mi cuerpo. La amiga náusea apareció y las manos me empezaron
a sudar frío. El mundo s eme cayó encima, todo era demasiado real
para ser una ilusión mía.
Una brisa helada me atravesó entera y la carne se me puso de
gallina. ¿Qué tena que hacer? O sea, de principio tenía que volver
a la universidad, tenía clases, a demás tenía que verme con mi amiga
Fabi. Pero estaba allí y no tenía la más minima idea de donde me
encontraba.
Miré a mí alrededor para encontrar algún punto de referencia.
Pero no tenía nada. Miré hacia arriba y sentí el dolor que me carcomía
el hombro cada vez que estaba nerviosa.
Welcome to Seattle.
¿Seattle? ¿Dónde era eso? ¿Dónde rayos me encontraba? Seattle,
Seattle… me sonaba conocido pero no sabía si estaba al este u oeste de
los EE.UU. Me rasqué la cabeza confundida. Caminé hacia hasta encontrar
un banco y allí me quedé a la espera de regresar a la universidad
donde se suponía que debía estar en estos momentos. Entonces e me
ocurrió la idea. Si para venir aquí había imaginado que venía, bien
podía regresar imaginándome regresando ¿no? Cerré los ojos y esperé.
No sucedió nada.
El sonido era el mismo, el olor era el mismo y el frío igual.
Apreté los puños al momento que sentía una y otra vez los escalofríos
en mi cuerpo. Abrí un ojo imaginando que ya estaba en la universidad,
pero no alcancé siquiera a ver el departamento de humanidades pies un
señor grandote estaba parado frente a mí observándome con expresión
confundida. El hombro no paraba de dolerme y para colmo no tenía abrigo.
Mis dientes se golpeaban furiosos.
-¿Miss Follet? –me preguntó en inglés.
-¿Yes? –respondí. No por nada hablaba inglés los siete días de la
semana en clases.
-Por fin la encuentro.
¿A mí? ¿Por qué ese hombre andaría buscándome en ése lugar
dado que era una ilusión? El hombre me sonreía, pero yo no podía.
Frunció las cejas al cabo de un rato al ver la expresión de perplejidad
de mi rostro.
-¿Se encuentra bien?
Asentí apenas. ¿Qué si estaba bien? ¡Hombre por Dios no!
¿No se supone que la imaginación y los sueños deben quedarse donde
son creados? Pero parece que mi mente no era muy normal que digamos,
y mi situación lo comprobaba. Abrí la boca para decir algo. Cualquier
cosa. Como por ejemplo preguntra quién era él. O que hacía hablándome
si jamás lo había visto en mi vida. Pero como siempre cerré la boca.
Cuando yo no debía hablar, lo hacía. Pero cuando, como en esos momentos,
mis palabras debía salir, yo no emitía sonido alguno.
-¿Está bien Miss Follet?
Por toda respuesta lo miré extrañada. Él hizo una mueca.
-¿Quién es usted?
-Stanley, Jeremy Stanley. Tengo que llevarla a…
-¿Lo conozco? ¿Lo he visto antes? –le interrumpí. Sin importarme si
era mala educación o no.
-No. Creo que no, pero debemos irnos a…
-¿Entonces por qué me dirige la palabra?
-Señorita creo que aquí hay una confusión.
-Completamente de acuerdo.
-Yo debería venir a buscar a Allison Follet al aeropuerto.
¿Es usted o no?
Tragué saliva. El hombro me mandó una punzada que me hizo
estremecer. Me lo masajeé mientras el señor seguía esperando mi
respuesta.
-Sí, lo soy.
El hombre suspiró aliviado.
-Entonces ¿podría acompañarme por favor?
Sacudí la cabeza para reflexionar y que mis ideas salieran
por algún lado. Ya estaba aquí: imaginariamente. No tenía adonde ir: imaginariamente. Estaba sola: imaginariamente. El tipo sabía quién
era yo: imaginariamente.
¿Tendría salida?
Con tristeza me di cuenta de que no. Volvería en el momento
oportuno, o cuando fuera demasiado bueno.
Me estremecí.
¿Y si no era bueno? ¿Y si era una pesadilla? ¿Y si había algún
monstruo por allí por allí con ansias de matarme? Suspiré rendida.
Ya no había vuelta atrás, y por el momento tendría que vivit lo que
estaba ocurriendo. Lo quisiera o no.

Prólogo


Prólogo.
Yo siempre soñaba despierta. Me quedaba mirando el vacío,
viviendo situaciones irreales y llenas de emoción, pero nunca me
había quedado pegada en uno solo. Y lo que ese día me pasó fue
algo que de recordarlo me da escalofríos, porque una simple
imaginación me cambió la vida.